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Diariamente, cualquier visitante o poblador de la capital cubana puede escuchar, al llegar las nueve de la noche, el sonido de un cañonazo que data de la época colonial y anunciaba el cierre de las puertas de la muralla.
Hacia el siglo XVI se decretó la edificación de sendas fortalezas como El Morro, La Punta o el Castillo de la Fuerza, por ejemplo, con el objeto de defender la entrada de la bahía habanera contra los ataques de corsarios y piratas, muy comunes en aquellos tiempos.
Sin embargo, quedaba vulnerable el lado terrestre occidental, por lo cual se determinó el amurallamiento de la villa de San Cristóbal de La Habana.
En 1764 comenzaron los trabajos constructivos, que se extendieron hasta 1740, a la vez que se le colocaron nueve puertas para el acceso.
En cambio, la vida útil de la muralla resultó efímera (solo se limitó a 123 años), al quedar demostrada su ineficiencia y, sobre todo, ante la expansión de la ciudad más allá de los muros.
Con todo, aún quedan hoy pequeños fragmentos de aquella majestuosa mole que dividía La Habana intramuros del exterior, mientras la señal sonora de las nueve continúa desafiando el tiempo, como recuerdo imborrable de una parte de nuestra historia.
La Habana intramuros Correspondía a la parte de la ciudad que se extendía desde la muralla hasta la calzada que bordeaba la bahía (hoy Avenida del Puerto), mientras que el lado oeste era conocido como Habana extramuros o extramural, donde vivía una población muy humilde, marginada, y con una alta presencia de libertos y esclavos. Esos asentamientos se transformaron luego en lo que serían los primeros barrios tradicionales habaneros: Los Sitios, Jesús María, San Lázaro y Pueblo Nuevo, por mencionar algunos. |
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